Innovaciones Caseras

México Clásico, México familiar.

En México, la tarea de cocinar es considerada una actividad significativa y relevante de la vida diaria. En algunos hogares del país, especialmente en zonas menos urbanizadas, los alimentos aún se preparan con ingredientes locales y se consumen en familia.

Nuestro país es así… es un lugar donde la comida tiene un significado especial, donde las familias se reúnen en largas mesas para compartir los alimentos, donde sólo se necesita un mínimo pretexto para organizar una comida, donde la cocina es un lugar sagrado para todas aquellas mujeres que crean magia ahí dentro, donde se acostumbra tener tres comidas al día bien hechas: el desayuno, la comida y la cena, donde las recetas son celosamente guardadas y donde la comida es tan basta que hasta se practica el itacate. Así es México y así son los desayunos en Puebla.

Cuando pienso en la cocina y en este país, la recuerdo. Ella era una mujer mexicana hasta los huaraches, de esas que se sienten orgullosas de serlo y que, además, lo reflejan, era de las que día a día portaba esas coloridas blusas con bordados de flores y se recogía el cabello con un chongo trenzado. Aquella mujer popular y amigable que se deleitaba invitando a todos a su casa, era conocida por su criterio juicioso y su soltura, pues no se quedaba callada para expresar su sentir y dar su opinión sobre el país o sobre cualquier tema de índole social, aunque, en esa época, su opinión casi no contaba, ella veía la oportunidad de decirlo.

desayunos en puebla

Su carácter enérgico y a la vez amoroso, era como una mezcla de fruta con especias que dejaba un sabor singular a todo aquél que la conocía. Era una bella mujer de complexión delgada y tez apiñonada, el labial rojo carmesí era característico en su rostro, su nombre era Antonia, pero la llamábamos Tati. Tenía un talento especial que a muchos podría fascinar, era tremenda en la cocina, no sé cómo le hacía, pero el sazón de su comida era simplemente delicioso, con ella probé los mejores desayunos en Puebla, nadie igualaba esos exquisitos chilaquiles con pollo, hechos de tortillas hechas a mano, bañados con una inigualable salsa roja que picaba rico; crema, queso y mucha cebolla, además de esos frijolitos refritos a un lado del plato que me comía poco a poco, pues no quería que se terminaran.

Y qué decir de los huevos rancheros que me preparaba, con la yema perfectamente cocinada, ni muy cruda ni muy cocida, con dos tortillas fritas, con tres tiritas de tocino y la típica salsa de pico de gallo que no podía faltar en su mesa. No puedo explicar con exactitud el sabor, pero cada platillo preparado era único, tanto, que dejaba el plato completamente limpio. En verdad, me encantaba ir con ella y sentarme en aquella mesa de madera rústica y observar su cocina, que era un curioso lugar de olores, sabores y texturas. De un lado, tenía un mundo de colores entre frutas y verduras y, del otro, parecía un laboratorio con frasquitos llenos de especias. Era creativa dentro de su cocina, pues intervenía las recetas para hacerlas suyas. Tenían su toque, tenían su sabor, tenían su corazón. De ahí, las famosas recetas de la abuela que muchos mencionan.

Cabe mencionar que ahora que he probado varios desayunos en Puebla, puedo decir que, sin dudarlo, los suyos eran extraordinarios y que, ciertamente, extrañamos aquellos almuerzos de Tati, que unían a la familia.

Así como yo amaba las recetas de mi abuela, estoy segura que existen muchos más hogares mexicanos que también dignifican las recetas de sus abuelas, que han deleitado a varias generaciones. Y no sólo los hogares, sino también muchos lugares gastronómicos han optado por tener un corazón, como el de las abuelitas, en cada una de sus cocinas, que se encarguen de preparar recetas dignas de conservar, a través de ingredientes naturales y originales de cada localidad, dejando atrás lo exprés y retomando lo artesanal, innovando en la presentación sin intervenir en el sabor y tomándose el tiempo para incluir detalles en cada platillo.

Si después de leernos, quieres probar desayunos en Puebla como los que hacían las amadas abuelitas, visita el Anafre Rojo ubicado en el Centro Histórico, estoy segura que no encontré ese lugar sólo por coincidencia, creo que el deseo de volver a probar un platillo como el que mi Tati me preparaba, me condujo ahí.

Iba caminando por la 4 Norte y me detuve en una esquina para contestar el celular, que sonaba como desesperado, al terminar mi llamada, miré el lugar cuya decoración llamo mi atención, me acerqué y una señorita amablemente me invito a pasar y me mostro la carta, mis ojos se detuvieron cuando leyeron: chilaquiles el Anafre Rojo, deliciosa receta de la abuela, ¡tienes que probarlos! En señal de emoción, mi corazón palpito más rápido y enseguida entré para sentarme en una mesa que se encontraba cerca de la zona donde una simpática señora se encontraba haciendo tortillas hechas a mano, olía exquisito, olía a recuerdos.

Enseguida, aquellos chilaquiles estaban ahí, frente a mí, rojos como los que yo recordaba, con mucha crema, queso, cebolla y frijolitos refritos por un lado, me apresuré a tomar el tenedor y metí el primer bocado a mi boca, mis ojos se abrieron por el asombro asombro y mis labios esbozaron una sonrisa. Estaban deliciosos, eran tan parecidos a los que solía comer tiempo atrás, que esos chilaquiles, sin duda, le hacían honor a alguna receta y era a la de mi abuela.